Fragmento 4 del primer capítulo.
Una terrible amenaza se cierne sobre el joven Cástor Valea. Tras los acontecimientos ocurridos en la Parte 3, el novato soldado se ve obligado a enfrentarse al mayor peligro a que se ha enfrentado en toda su existencia. Aquí podrás ver cómo continúa su peculiar aventura:
La tenue oscuridad rojiza había tomado ya el entorno, y el olor a sangre y fuego iridiscente inundaba las calles. A su vez, la lluvia caía cada vez con más fuerza sobre la tierra embarrada y las ruinas que cubrían el entorno por doquier, un sonido constante que se vería acompañado de los gritos y lamentos que envolvían los alrededores, conformando una melodía maldita que, de pronto, se vio totalmente eclipsada por el crujiente ruido de las enormes garras del Soberano rascando la tierra al acercarse peligrosamente hacia la posición donde se encontraba Cástor Valea. Cuando se hallaba a solo unos palmos, el joven pudo alcanzar a ver la muerte en sus enormes pupilas.
Sin saber muy bien cómo, sin embargo, el soldado de fe logró sobrevivir a la potente embestida de la bestia de la mejor manera posible: saltando hacia un lado justo cuando iba a recibir el placaje. Aquello no solo le hizo esquivar la frenética y descontrolada acometida, sino que a su vez le dio tiempo para posicionarse tras ella y clavar la punta de la lanza de acero en su grueso lomo mientras continuaba imparable hacia adelante. Aquello hizo que la bestia se retorciera por un momento de dolor, pero sorprendentemente aquello no impidió en absoluto que continuara su feroz ataque, y rápidamente, tras pararse en seco, giró su cuerpo lanzando sus enormes y afiladas garras para tratar de inmovilizar a la presa que se hallaba en su retaguardia, lo cual tomó a Cástor completamente por sorpresa e indefenso, ya que la lanza seguía clavada en su lomo.
Un potente golpe en el brazo izquierdo lanzó al soldado al suelo, haciéndole retorcerse de dolor y gemir en soledad. Sin perder un solo instante, su enemigo recobró la compostura y se acercó con rapidez a su posición dispuesto a ejecutar el golpe definitivo, un infalible último movimiento que, de no ser por un factor externo, habría acabado inmediatamente con la vida del joven, quien aún se retorcía y ni se atrevía a mirar a la cara a su rival.
Parecía, sin embargo, que la suerte estaba de su lado aquel día, y justo cuando el seimo fuera a abatir a su presa de un solo tajo, una certera flecha le atravesó la mejilla, deteniendo abruptamente el definitivo golpe. Cuando Cástor, aún tumbado en el suelo agarrándose el brazo herido, giró la cabeza para ver de dónde provenía la flecha, vio a Nayen Torel corriendo rápidamente hacia él, quien sin dudarlo un instante regresó sobre sus pasos nada más percatarse de que su compañero se había quedado largamente rezagado.
—¿Todo bien? —gritó mientras corría a toda velocidad. Cuando ya estaba cerca, lanzó su arco a un lado y, deteniéndose un instante mientras la criatura se retorcía, agarró de su espalda la antorcha iridiscente que llevaba consigo, la cual había apagado un instante antes, y de su macuto un candil eléctrico de especiales cualidades, e insertando la antorcha en su interior, esta empezó a prender automáticamente. Tras posicionarse en el lado opuesto de la bestia, agarró su lanza con el brazo derecho mientras mantenía el fuego en el izquierdo—. Nadie debe quedarse atrás; estamos juntos en esto, Cástor. Ahora levántate, y vamos a ver si podemos conseguir esa lanza de vuelta.
Con un nuevo impulso de motivación, Cástor asintió y se levantó a duras penas. Nayen entonces se acercó a la dolorida criatura de frente con la antorcha para llamar su atención y tratar de alejarla, permitiendo así a su compañero extraer la lanza de su lomo para poder volver a atacar, pero en cuanto este la tomó, la bestia lanzó un gran alarido de dolor y se giró velozmente hacia Cástor de nuevo con la intención de golpearle una vez más, aunque con una ira mucho mayor.
Esta vez, sin embargo, aquello no tomó desprevenido al joven, y saltó hacia atrás mientras hacía bailar su lanza, consiguiendo de alguna manera alcanzar a rajar con el filo de la punta la garganta de la criatura según giraba su cabeza, con un golpe rápido y seco que le provocó una sorprendente muerte instantánea, haciéndole caer de bruces. Había logrado atravesar un punto vital con aquel letal tajo que dejó asombrado a ambos.
Cástor sonrió entonces, completamente sorprendido de seguir con vida, enérgico y esperanzado aunque dolorido por el fuerte tajo que había recibido, lo cual se curó como pudo rápidamente, y entonces fue consciente de nuevo de la dura realidad que le rodeaba, de todo el caos que invadía la atmósfera. La operación había fracasado y el vestigio había caído. Habían logrado sobrevivir a un Soberano, pero no sobrevivirían a una manada.
—Hemos tenido suerte esta vez, pero es inevitable… —dijo Cástor, mirando hacia la entrada del asentamiento que habían tomado las bestias. La noche había caído y apenas había iluminación ya, pero se alcanzaba a ver que había Soberanos por todas partes. Los gritos de humanos y bestias tomaban la atmósfera, y eliminaban cualquier retazo de esperanza que pudiera albergar corazón humano alguno —. Jamás podremos abandonar este lugar.
—Quedarnos aquí no va a servir de nada, eso es indudable —arguyó Nayen mientras recogía de nuevo los materiales que había dejado caer. Replicando a su compañero, Cástor agarró con cuidado su cinturón y su arco, y acto seguido tomaron con celeridad el callejón por donde la criatura abatida había venido, pues les serviría de atajo hacia la entrada—. Si nos damos prisa, puede que salvemos alguna vida más.
—Ya sería un milagro que nosotros consiguiéramos salvarnos —replicó Cástor, mirando sorprendido a su amigo—. Olvídate del resto, Nayen. Si queremos sobrevivir, hemos de salir de aquí como sea sin ser vistos. Es la única posibilidad que veo, al menos…
Su compañero se mantuvo en silencio mientras miraba seriamente al frente. Avanzaban raudos entre las estrechas paredes de cemento y metal desgastado y destruido, pisando hierba y esquivando plantas que habían crecido atravesando el suelo pavimentado hasta alcanzar su altura, cuando vieron de pronto al otro lado del callejón a varios soldados huir en dirección contraria a la entrada principal del vestigio, y un instante después a un gigantesco Soberano persiguiéndoles.
Los jóvenes se paralizaron súbitamente tras aquella perturbadora visión. Era una criatura aquella como jamás habían visto antes. Se miraron por un momento aterrados, pero, con la vista perdida en el frente, siguieron andando lentamente, dirigiéndose hacia la gran bestia que habían visto pasar. No podía pensar ni sentir nada: aquella visión les había paralizado la mente, y casi el corazón, y había desvanecido toda esperanza que aún permaneciese en su interior.
Al llegar al cruce tras abandonar el callejón, observaron cómo a su derecha, a lo lejos, varios de sus compañeros se hallaban en una gran contienda en una plaza situada en los límites de la urbe, un lugar que había sido completamente tomado por las bestias; mientras, a su izquierda, al otro lado de la calle, el enorme seimo que vieron pasar se había alejado considerablemente persiguiendo a los soldados en una caza de la que seguramente no habría posibilidad de sobrevivir.
Nayen, sin dudarlo un momento, agarró de nuevo el arco que tenía colgado en su espalda. Perplejo, Cástor le miró a los ojos y vio que aún quedaba esperanza en su interior.
—¿Qué haces? —le preguntó.
—Si no quieres ayudarles, puedes quedarte aquí y ver cómo todos van muriendo poco a poco hasta que llegue tu hora —contestó Nayen—. Yo, por mi parte, no pienso permitirlo. Me niego a simplemente desistir y rechazar cualquier atisbo de esperanza… No es esa la mentalidad de un soldado. Además, si te he salvado a ti, no veo por qué no voy a poder salvar a nadie más. Somos compañeros, ¿no? Estamos juntos en esto hasta el final…
Sin dudarlo un momento, el decidido soldado marchó raudo, sin mirar atrás siquiera para ver si era acompañado, en aras de perseguir a la enorme criatura confiando en poder socorrer aún a sus compañeros. Quizás ingenuamente, el valiente joven tenía aún fe en si mismo, y no perdía la esperanza.
Cástor le siguió con la mirada, pero decidió no acompañarle; quizá porque era más cobarde, o simplemente más realista, pero sabía que carecía de sentido intentarlo. Sabía que sería en vano, que no había posibilidad alguna de sobrevivir a un combate contra tan enorme criatura, aunque aun así no pudo, ni quiso, hacer nada para impedir a su compañero y amigo marchar. Al fin y al cabo, tenía claro que él también moriría tarde o temprano. Todos caerían en aquel lugar maldito.
Cuando, a lo lejos y a pesar de la oscuridad del entorno, alcanzó a observar cómo Nayen Torel era desgarrado hasta los huesos por la gigantesca criatura tratando inútilmente de salvar a su gente, una pesada y oscura bruma se apoderó de su ser, apagando todo retazo de esperanza que pudiera aún albergar su interior, tal y como hizo la antorcha iridiscente de su amigo; el desaliento le abatió de golpe, su mirada se tornó indolente, y decidió instintivamente atravesar la calle y dejarse caer en un muro derruido, donde esperó, con calma y resignación, sujetándose aún su malherido brazo, a que todo acabase también para él por fin.