Fragmento 5 del primer capítulo.
Sorprendentemente, Cástor Valea ha sobrevivido a los acontecimientos ocurridos previamente, aunque no ve atisbo alguno de esperanza ya. Aún se halla sumido en una refriega de la cual sabe que no podrá salir, y no le queda más que hacer que esperar a que llegue su hora. Aquí podrás descubrir más sobre su peculiar destino:
La lluvia caía con fuerza sobre el corto cabello de Cástor Valea, y entonces, solo entonces, decidió que debía encapucharse. El terreno sobre el que se encontraba se hallaba cada vez más encharcado y embarrado, y el siniestro rugido de los truenos invadía de vez en cuando la atmósfera, oscureciendo aún más su corazón. Una melancólica imagen que acompañaba con delicadeza su trágica circunstancia. A la vez que los desgarradores lamentos humanos cesaban paulatinamente de escucharse en la distancia, se tornaba cada vez más consciente el joven de que no había nada ya que él pudiera hacer para dar solución a aquel terrible acontecimiento, que no había escapatoria posible. Ese pensamiento le hacía sentir escalofríos.
Pensando en que ese sería su final, una sensación de vacío se apoderó de él, pues de pronto comprendió que no había logrado llevar a cabo nada destacable jamás, nada por lo que sentirse orgulloso en su miserable e insípida existencia; un legado que dejar tras de sí. Sabía perfectamente que su historia no sería recordada, y mucho menos digna de ser contada. ¿Pero cómo podría haber sido diferente? Pensó entonces en Nayen, su compañero caído. Él trató de ser un auténtico héroe, pero murió antes de lograrlo. Si hubiera cumplido su propósito y los compañeros hubieran sobrevivido gracias a él, su historia seguro que habría sido recordada. Y, sin embargo, como casi siempre sucedía, murió en vano y nadie jamás sabría lo que había luchado por conseguir. Se preguntó si podía alguien ser tratado como un héroe, a pesar de no haber conseguido su propósito real y de que nadie hubiera quedado vivo para narrar su historia. ¿Qué diferencia habría entonces con su propio final? Ambas muertes habrían sido en vano. “Al menos Nayen salvó mi vida… Eso sí lo consiguió, y por ello le consideraré un héroe hasta que muera. El problema es que no es algo que tardará en ocurrir…” Una lágrima comenzó entonces a arrastrarse por su mejilla, y suspiró de nuevo desesperanzado.
Sin embargo, ante la imagen de que todo terminaría allí, en el tétrico vestigio de Bandelach, lo cierto es que el joven soldado se sintió extrañamente sereno y relajado, pues al menos sabía que moriría en las tierras que pertenecían al Planeta. En aquellos lugares del mundo se sentía siempre como parte de la idolatrada Civilización Vetusta. Moriría en los campos que un día poblaron sus antepasados. Ese sentimiento le hacía feliz.
Alzando la mirada de nuevo, vio al gran Soberano a lo lejos, victorioso tras el terrible combate y desgarrando con orgullo a sus presas, entre las que se encontraba su querido compañero. Pronto la bestia estaría de vuelta y haría lo propio con él. Cástor lo sabía, pero sin embargo no sentía miedo ante aquel pensamiento, sino únicamente cierta tristeza y resignación. Observaba aquella imagen con serenidad y con bastante indolencia, sin temor ni odio alguno hacia la bestia que ejercería de su verdugo. Su alma estaba tranquila ya, unida a la Raíz. Cerró de nuevo los ojos entonces, cansado y desesperanzado, y respiraba profundamente con gran serenidad.
Se sintió entonces como una pequeña parte de la gran fuerza vital que daba forma a todas las cosas, como una pequeña porción de la inmensa energía que le rodeaba. Comprendió que no había nada destacado en su ser que mereciera ser tomado con orgullo, nada por lo que sentirse diferente, por lo que lo cierto era que no había por qué preocuparse si desaparecía de este mundo. No era él en verdad más importante que aquellas bestias que le rodeaban; no era en absoluto superior solo por el mero hecho de ser humano, como algunos querían hacerles creer. Era la misma cosa que la tierra que tenía bajo sus pies; estaba forjado con el mismo material, pues provenía del mismo origen: la Raíz del Planeta, de donde procedía toda la energía del mundo que habitaba. No era más que un vástago del Planeta, el ente supremo y todopoderoso, y a él pertenecería siempre su materia, incluso cuando su existencia acabase.
Nunca antes había sentido tan claramente algo que veía tan obvio en aquellos instantes, tan lógico; nunca había sido tan consciente de tal realidad, y la había sentido tan profundamente en sus carnes. Mantenía los ojos cerrados y una respiración constante y firme mientras, en lo más profundo de su ser, se sentía completamente en contacto con todo, en una verdadera armonía con sus alrededores, y disfrutaba de aquella extraña y placentera sensación. Sentía paz en medio de aquel caos, y sonreía. “Ahora lo veo más claro que nunca…», se decía a sí mismo. “Mi existencia, o la falta de ella, no cambiará en absoluto el curso de los acontecimientos; no hará cesar la rueda del Destino. Por lo que no tengo nada que temer por dejar atrás este mundo.»
Mientras dejaba fluir unas lágrimas de emoción sobre su rostro, se sumergió en un profundo y sereno estado de empatía hacia todo lo que le rodeaba, . En aquel momento lo comprendió todo; todo cuanto deseaba haber pensado antes, aunque quizá era ya demasiado tarde. Pero no sentía ira, ni sentía miedo. No sentía tristeza tampoco, incluso sabiendo que su final estaba cerca. Lo cierto es que en aquel momento no sentía nada, en absoluto.
Contra todo pronóstico, el Soberano no pareció interesado en su presencia y continuó su camino sin perturbarse lo más mínimo. Su mirada mostraba un tono apagado, incluso triste, y parecía moverse a desgana, como si no deseara que todo aquello hubiera ocurrido y hubiera actuado resignado. Completamente aletargado y con la mirada perdida, Cástor observó atentamente a la criatura mientras se alejaba, todavía recostado y sin sentir nada, hasta que abandonara el asentamiento junto al resto de sus compañeros, atravesando las desvalidas barreras de fuego iridiscente.
La profunda indolencia en que se hallaba Cástor Valea sumido no sería perturbada hasta que un amenazador sonido comenzara a escucharse junto a él. Abrió entonces sus inexpresivos ojos con una profunda calma, siendo consciente de lo que ocurriría a continuación, y observó sereno cómo el enorme Soberano avanzaba a paso firme hacia las afueras de la urbe, sin prestar atención alguna al joven soldado que se hallaba en su camino; le echó sin embargo una furtiva mirada de soslayo cuando pasó a su lado, lo que significaba que era en verdad consciente de que Cástor se hallaba tendido allí, vivo y consciente, y le observaba fijamente con los ojos bien abiertos.
El ataque había concluido, y la totalidad de los humanos que se hallaban en el interior de la urbe habían sido aniquilados. Posiblemente todos menos el joven soldado, que aún se hallaba recostado contra el derruido muro, agarrándose fuertemente el malherido brazo. No obstante, lejos de sentir algún tipo de ira por el suceso que acababa de vivir, algún tipo de rencor hacia sus enemigos, o incluso alegría por haber sobrevivido, Cástor Valea no fue capaz de sentir nada en absoluto, únicamente una extraña conexión natural con las violentas bestias, una especie de afecto que no llegaba a comprender. Sintió compasión hacia ellas, lo cual le causó aún más tristeza. Tenía en su mente la apagada y miserable mirada de la enorme criatura, y su forma perezosa y hastiada de moverse, y sintió una inmensa aflicción en su interior.
Incapaz de levantarse del lugar sobre el que se hallaba tendido, allí permanecería el joven largo tiempo, sumido en un profundo letargo durante el cual le sería difícil discernir la realidad de sus fantasías y fugaces pensamientos. Un tiempo en que, completamente indolente e inexpresivo, pensaba que había caído profundamente dormido. O muerto, incluso. Pero nada más lejos de la realidad. Aquella sensación de descanso no fue debido a haberse sumido en el mundo de los sueños. Era algo diferente. Su mente y su espíritu nunca habían sentido tal nivel de inmersión en la energía vital del Planeta; su propia energía se hallaba dando tumbos, y su cuerpo parecía pesar una tonelada. Era una sensación extraña y única. Y seguía vivo, lo cual lo hacía todo aún más increíble.
Sentía frío por la lluvia otoñal alcanzando sus huesos, pero se sentía más cálido que nunca por dentro. Mantenía los ojos abiertos, pero a la vez se sentían como cerrados. Descansaba en su mente, pero su cuerpo permanecía en el mundo de la vigilia.