Le precede el Contexto Histórico 2: La Edad Vetusta y la Gran Catástrofe
Al contrario que los datos históricos sobre la Edad Vetusta y todo cuanto la precede, la Historia más reciente a partir del ciclo cero de la Nueva Civilización se encuentra en cualquier asentamiento humano. Esta información es de sobra conocida por todas sus gentes, que miran con orgullo al pasado, a sus raíces en las Islas Dalerias y a su posterior dispersión por el planeta.
Debido a la posición neutral, pacífica y despreocupada que Dibarusa había llevado siempre con respecto a cualquier cuestión internacional durante la Edad Vetusta, cuando el Planeta se vio sumido en el caos y los nativos de las Islas Dalerias quedaron solos y abandonados, no desesperaron. Sabían que eran capaces de sobrevivir por su cuenta, como siempre habían hecho.
Seguían una filosofía basada en tradiciones ancestrales y pautas de comportamiento respetuosas con el entorno natural, como dictaba el aclamado Principio de Compensación. Según este código, todos los habitantes de Dibarusa tenían la obligación legal y moral de compensar siempre al Planeta por aquello que le arrebataban. Por esta razón, su desarrollo tecnológico pronto quedó rezagado respecto al de muchas otras potencias mundiales de la Edad Vetusta, y fueron excluidos de la lucha por el poder y la trascendencia. Por este hecho, unido a la voluntad general de mantenerse al margen de los conflictos y alianzas internacionales, siempre habían adaptado una economía autosuficiente. En aquellos trágicos momentos de la existencia, después del cataclismo, esta peculiaridad les ayudó a superar la complicada situación en la que se vieron envueltos sin demasiados problemas.
No obstante, fue inevitable entre ellos perder la fe en el futuro de la humanidad. Se planteaban si merecía la pena luchar por sobrevivir y tratar de reconstruir aquella civilización que había sido devastada a voluntad del propio Planeta. Una desesperanza que se vio contrastada cuando corrió la idea de que eran sentirse seres especiales, que el Planeta había evitado su aniquilación porque les consideraba merecedores de su supervivencia.
Según esa teoría, el Planeta había considerado necesario un cambio en el orden mundial, y por ello eliminó al ser humano que tanto daño le había causado, pero permitió a las gentes de Dibarusa sobrevivir para dar un nuevo comienzo a la humanidad. Les permitió empezar de cero, teniendo como base filosófica las máximas de esta particular cultura.
Así, aunque manteniendo un profundo temor a la ira del Planeta, y a la vez un respeto al mismo más acentuado que nunca, comenzó una época de estabilidad económica y social. Adaptando su mentalidad a la nueva circunstancia, dieron las primeras pinceladas a lo que sería la gran obra de la Nueva Civilización.
Muchos años después de la Gran Catástrofe, la peculiar neblina cristalina, a la que denominaron Mar de Cristal, todavía invadía las tierras, negándose a desaparecer. Su presencia alteró la percepción general del planeta en su conjunto, ahora teñido de un eterno color azul pálido. En su interior, millones de extrañas criaturas surgidas de la Raíz, los seimos, habían tomado control sobre sus extensiones. Aunque adaptaban muy diversas formas, compartían una extrema aversión hacia el ser humano, pero convivían plácidamente con el resto de animales que siempre habían pertenecido al Planeta y lo habían respetado. Era por esto que se decía que la razón de ser de estas extrañas bestias fuera destruir a los humanos, y hasta que no lo consiguieran en su plenitud, no regresarían a su hogar en el corazón del mundo.
Tras varios siglos de estabilidad económica y social encerrados las Islas Dalerias, los desacostumbrados ciudadanos se atrevieron a abandonar su hogar para explorar los territorios más allá del mar. Ya fuera por temor a lo que moraba en la niebla o por mera costumbre, pues nunca había sido aquel un pueblo que sintiera la imperiosa necesidad de viajar al exterior. Menos aún ahora, con todos los peligros que acechaban en lo desconocido.
Ocurrió a principios del siglo IV, gracias a uno de los esporádicos grupos de ávidos exploradores que surgían en ocasiones, que se descubrió que las terribles bestias del mundo exterior temían el fuego. Que sentían pavor hacia dicho elemento. No eran en especial vulnerables a él, no más que cualquier otro ser, pero la sola presencia de una antorcha los mantenía alejados. Aquello supuso una revolución sin precedentes. Facilitaría enormemente desde entonces la exploración de los inmensos campos neblinosos.
Este descubrimiento se propagó como un virus por las tierras que formaban el archipiélago dalerio, y penetró en los corazones más jóvenes la necesidad de vivir una gran aventura, de abandonar por fin su pacífica tierra para salir a explorar el enorme mundo que sus padres y sus abuelos desconocían, y que tantas sorpresas y alegrías podrían proporcionarlos.
Respondiendo a esta nueva mentalidad, sobre todo en la poblada y bulliciosa capital homónima de Dibarusa, se impulsaron diversas misiones de reconocimiento oficiales por las tierras que rodeaban las islas. Partieron hacia la región más próxima al oeste, las tierras del antiguo reino de Feleras, y hacia las extensiones del este, la región donde comenzaba el olvidado continente de Melvan. Quizá por necesidad, o solo porque había llegado el momento de empezar a extenderse, de ampliar horizontes y dejar atrás su limitado hogar, multitud de valientes marineros y audaces aventureros surgieron para dar comienzo a la apasionante Edad de los Exploradores.
Apoyados por el gobierno de Dibarusa, tanto moral como económicamente, estos valientes jóvenes autoproclamados Soldados de Fe (para diversificarse de los Soldados de Concordia y de Honor propios de la cultura daleria, que velaban por el orden en el seno de la sociedad), se lanzaron a la exploración de los territorios perdidos del antiguo y hermoso Planeta, donde millones de letales seimos habían desarrollado su hábitat. Partiendo de los campamentos bases creados en las costas, denominados Puertas de Melvan y Feleras, donde la presencia del mar evadía la neblina y otorgaba mayor seguridad, viajaron a lo largo y ancho de las nuevas regiones.
Valientes, ambiciosos, cargados de antorchas y armados con lanzas y arcos, (las armas de fuego se prohibieron tras la Gran Catástrofe, recelosos de la ira del Planeta por todo lo acontecido durante la Edad Vetusta), no lograban estos soldados alejarse en exceso durante las incursiones. El temor a la niebla era patente, y el desarrollo de los movimientos de exploración fue lento y paulatino.
Bien entrada esta Edad, gracias a la legendaria figura del Soldado de Fe Pértrechar, se descubrió que también en lo alto de las montañas el rastro del Mar de Cristal era menor, así como de los seimos. Este interesante descubrimiento los condujo a montar pequeños campamentos y bases de operaciones en estas elevadas áreas donde la amenaza era soportable. Campamentos que con el tiempo se convirtieron en pequeños poblados en lo alto de las montañas, dedicados a la investigación de los alrededores y a la obtención de recursos propios de la zona, para después transportarlos a Dibarusa. Con la intención de facilitar esta última tarea, que ganaron gran popularidad en la capital, los soldados construyeron alrededor de estos poblados una serie de muros de contención: murallas y empalizadas situadas estratégicamente con el fin de asegurar que las criaturas se mantendrían alejadas y aumentar así la seguridad ciudadana. Gracias a esto, personas ajenas al cuerpo de Fe fueron transportada a estos nuevos núcleos de población para auxiliar en la labor.
Las explotaciones de estos nuevos entornos naturales, inimaginables en las Islas Dalerias, se convirtieron en negocios muy rentables a pesar del peligro que conllevaban. Comida, madera, minerales, etc. Cada área a la que tenían acceso, cada distinto Alto, como terminaron denominando a estas regiones, lo homologaron con campamentos y muros de contención para la adquisición de unos recursos que de otra manera era imposible conseguir. La única condición impuesta por el Gobierno de Dibarusa era un respeto a las leyes básicas de su cultura, el Principio de Compensación, en aras de evitar conflicto alguno con el temible Planeta.
Con el progreso de estos arriesgados negocios, los Altos de montaña tomaron una importancia descomunal en el desarrollo del mundo humano. Sin embargo, el transporte de mercancías entre las alejadas regiones naturales y las Puertas desde donde los llevaban a Dibarusa, era muy lento y peligroso, lo que provocaba que esta nueva oportunidad mercantil se desarrollara muy paulatinamente, y solo era factible en los territorios más próximos a las islas.
Ante este complicado dilema, entró en escena una de las figuras más relevantes de toda la Historia de la Nueva Civilización: el legendario arquitecto Gael Debares. La persona que cambió la percepción de la sociedad como hasta entonces la conocían.
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