Mil ochocientos setenta años han transcurrido desde la terrible Gran Catástrofe. Casi dos mil años desde que el humano pensó que sería su completo final, pero hubo algunos que sobrevivieron. Las gentes de Dibarusa, la nación sita en el archipiélago de las Islas Dalerias, desarrollaron una civilización surgida de las cenizas.
Con el avance de los siglos, la nación de Dibarusa, sola e independiente, evolucionó tratando de crear una sociedad digna, acotada en las Islas Dalerias. Era imposible traer de vuelta la prosperidad del mundo humano previo al cataclismo, debido a la incapacidad de retomar las tierras que un día los humanos poblaron: habían sido tomadas por el Mar de Cristal y las bestias que lo moraban. Estaban obligados a evitar todo contacto con el mundo exterior.
Una situación que cambió con el legendario arquitecto Gael Debares durante la Edad de los Exploradores. Sus propuestas sugerían habitar en el cielo, en ciudades construidas sobre grandes pilares, y en lo alto de las montañas. Esta idea conllevó una imagen de una sociedad fuera de lo común, y, sin embargo, para los ciudadanos nacidos en el cielo, a raíz de esta época, no era extraordinario. Una civilización recelosa del Planeta, que habitaría en los cielos para evitar el contacto con los peligros que acechaban en la niebla celeste.
Comenzando por las regiones más cercanas a las Islas Dalerias, el hombre se expandió al este y al oeste, y creó los primeros asentamientos aéreos, que conectaban con Dibarusa: Ezeia y Oderia, la Puerta de Oriente y la Puerta de Occidente, respectivamente. Con la creación de ambas ciudades, comenzó una nueva época llamada la Edad de la Repoblación, que trajo consigo la necesidad de expandirse hacia tierras más lejanas, de crear más asentamientos unidos entre ellos por vías de tren colgantes. Así, se formó lo que ahora se conoce como Nueva Civilización.
Durante los siglos posteriores, muchas nuevas ciudades se crearon tanto en la Región Oriental como en la Región Occidental, como se llamaron los nuevos terrenos que partían desde Dibarusa, el centro neurálgico. Muchas nuevas urbes necesitaban de una administración que velara por sus específicos intereses, y resultaba demasiado engorroso recurrir al Gobierno de Dibarusa por estar demasiado alejado y mal comunicado, además de tomar todo desde una perspectiva objetiva e ineficaz.
El poder, por lo tanto, se escindió en tres partes, conforme la sociedad crecía y las nuevas necesidades afloraban. Dibarusa contaba aún con una gran potestad para administrar conflictos y asuntos internacionales, que influyeran en todo el mundo. Ese era toda el poder de que disponía, la administración de cada territorio se llevaba a cabo en las nuevas capitales surgidas a raíz de estos problemas geográficos: Ciudad Melvan al este, y Ciudad Feleras al oeste.
La repartición de tareas y poder entre las tres grandes ciudades que dominaban el mundo humano, separadas entre ellas por los asentamientos portuarios de Ezeia y Oderia, provocó que esta céntrica zona del mundo se denominara Triángulo de Poder, donde residía todo la potestad política de la Nueva Civilización. Era el territorio que recogía desde Dibarusa, la anciana capital del mundo, hasta las capitales regionales, pasando por las Puertas Oriental y Occidental y los Altos de montaña que estaban anexos a esos asentamientos.
Aunque la mayor parte del poder político está en las Ciudades Melvan y Feleras, la transcendencia histórica e internacional de Dibarusa no debe obviarse, el centro neurálgico del mundo conocido. Aún a día de hoy, es el único nexo entre las dos grandes regiones que dan forma al mundo humano, separadas por el Estrecho de Debares.
La creación de las ansiadas vías de tren que atravesaran el estrecho para unificar las Puertas entre sí y con Dibarusa, ocurrió solo hace unos siglos, como un proyecto para unificar las culturas ezédica y odérica (oriental y occidental, respectivamente). Aunque comparten el mismo ordenamiento jurídico, el Código Común, y se hallan bajo el control de la respetada Orden de los Soldados, con el tiempo las regiones se distanciaron, la brecha de pareceres y comportamientos se amplió. Todavía hoy son perceptibles sus diferencias en costumbres y estilo de vida.