Le precede el Contexto Histórico 3: Dibarusa y la Nueva Civilización
La Edad de los Exploradores trajo al mundo humano grandes cambios culturales, acontecimientos históricos apasionantes y la mayor revolución que ha conocido la Nueva Civilización: el Plan de Núcleos. Creado por el legendario arquitecto Gael Debares, gracias a ese proyecto la sociedad logró dar solución al conflicto en que se sumía, el conflicto de su especie con el Planeta, a quien guardaba tanto respeto y temor como a las letales criaturas que vagaban por la niebla.
La extracción de nuevos recursos en los Altos de montaña proliferaba. No solo obtenían minerales mucho más duros y versátiles que los hallados en los endebles montes de las Islas Dalerias, sino también exóticas comidas de todo tipo o maderas de árboles de muy diversa índole, entre otras cosas. Mucho se intentó en Dibarusa para facilitar el acceso a los intercambios comerciales que facilitaran la obtención de estos recursos, pero los trayectos eran muy extensos entre el archipiélago y los Altos, y los peligros muy grandes. Las numerosas bajas sufridas causaron desaliento, y al final, pocos eran los que se aventuraban a emprender, menos de lo esperado, debido a la sensación general de que no merecía el sacrificio que requería. Fue entonces cuando el aún desconocido arquitecto Gael Debares, propuso su popular Plan de Núcleos a finales del siglo VII, con el que surgieron los bocetos de los ahora tan comunes asentamientos aéreos.
La idea clave de este proyecto consistía en construir una gran plataforma sostenida sobre grandes pilares que se elevaran más allá del Mar de Cristal, una plataforma que denominó Núcleo y que estaría situada en un punto estratégico entre diversos Altos, para de esta forma recopilar y almacenar gran cantidad de recursos provenientes de los mismos. Desde estos grandes almacenes aéreos saldrían a su vez diversas carreteras elevadas hacia los Altos de los alrededores para facilitar su transporte, y en un futuro también hacia otros Núcleos más alejados.
Fue un plan que convenció a propios y extraños, aunque llevarlo a cabo resultó más complicado de lo esperado y tomó largo tiempo. Hacía falta una cantidad inmensa de pilares para que los Núcleos y los puentes que partían hacia las montañas se mantuvieran estables, y por tanto una ingente cantidad de recursos y mano de obra. Además, como se concluyó que la manera más rápida y segura de transporte entre estas diferentes zonas era mediante vías de tren, tomó aún más tiempo de desarrollo. Esta peculiaridad llevó a calificar a estos extensos puentes como vías colgantes.
Con todos estos percances iniciales, más las dificultades que encontraron a lo largo de su desarrollo, la creación del primero de estos Núcleos tomó más de setenta años. De nombre Ezeia, se construyó sobre el campamento portuario que partía a Dibarusa desde el este, la Puerta de Melvan (en cuyo seno estaba ubicado el ascensor que comunicaba con el asentamiento aéreo). Después de la experiencia conseguida con esa primera toma de contacto, y con la enorme mejora de desarrollo que vivió Dibarusa tras su finalización, el proyecto del Núcleo hacia el oeste, sobre la Puerta de Feleras y de nombre Oderia, requirió de casi la mitad del tiempo y del esfuerzo.
La gran oportunidad comercial y de desarrollo que las tierras exteriores ofrecieron al mundo humano, hizo que la popularidad de los grandes almacenes aéreos y los poblados de los Altos aumentaran progresivamente. Ello provocó un movimiento masivo de población joven hacia estas nuevas regiones para forjarse su futuro, abandonando la vida en las islas. Este proceso de movilización urbana creció, sobre todo, cuando los nuevos planes de expansión hacia nuevos Núcleos más allá de Ezeia y Oderia surgieron.
El futuro estaba fuera de Dibarusa. A pesar de que al principio el grueso de la gente emigrante habitaba en los distintos poblados de montaña, con el tiempo la convivencia en el mismo Núcleo se masificó. Estas enormes plataformas aéreas que fueron creadas con el único fin de almacenar los recursos traídos de las montañas, crecieron y se desarrollaron hasta convertirse en verdaderas ciudades donde cada vez más gente encontró su hogar. Con el tiempo, los Núcleos pasaron a llamarse asentamientos aéreos.
Tal fue el panorama con esta imparable tendencia social a movilizarse hacia nuevos entornos, junto a los ambiciosos proyectos de extensión a regiones más lejanas, que, a finales del siglo IX, dio comienzo una nueva época de la Historia conocida como la Edad de la Repoblación.
Así fue la forma que adaptó el mundo humano surgido en la Nueva Civilización: aparte del archipiélago dalerio, donde la ciudad de Dibarusa ejercía como la capital del mundo y el centro neurálgico de todo lo conocido, la mayor parte de la actividad humana se realizaba a más de ochenta metros de altura, en los asentamientos aéreos y los Altos protegidos por muros de contención, conectados entre sí por vías colgantes.
El Planeta, en aras de su supervivencia, creó a los seimos para expulsar a los humanos de sus dominios, y estos respondieron abandonando la tierra para vivir en el cielo.
Crear una civilización en las alturas era una tarea harto lenta y dificultosa, y el mundo resultó ser más grande de lo habían imaginado; la pretensión de repoblar el mundo entero era un objetivo imposible de conseguir. Aun así, la idea de expandirse y habitar nuevas tierras era muy tentadora: con el crecimiento económico y demográfico que se comenzó a vivir desde los movimientos de población, las necesidades de la gente, a la vez que el número de habitantes, fue en aumento. Nuevas tierras significaba nuevos y diferentes recursos, y así avanzaron y mejoraron en su desarrollo para tener acceso a ellos. A ello contribuyó que las nuevas generaciones nacidas en los asentamientos aéreos eran mucho más ambiciosas y menos sedentarias que las apacibles gentes de las Islas Dalerias. Sin embargo, su impulsiva y ardiente actitud se veía constantemente limitada por el obligado cumplimiento del código moral de la Nueva Civilización, la razón por la que se les había permitido sobrevivir: el Principio de Compensación. La pauta de conducta ancestral que jamás se atrevían a ignorar por miedo a desatar de nuevo la ira del Planeta y provocar otra Gran Catástrofe.
Las peligrosas incursiones a La Hondonada, como llamaron a las tierras de las profundidades, tanto para limpiar de seimos los Altos de montaña como para explorar los territorios más allá del mundo conocido, eran todavía llevadas a cabo por los Soldados de Fe. Dicho organismo, otrora compuesto por valientes jóvenes con sed de aventura que arriesgaban sus vidas a voluntad, se convirtió en un oficio público que requería de mucha preparación, y por ello fue administrado por la Orden de los Soldados. Los audaces guerreros que viajaban a las peligrosas tierras cubiertas por el Mar de Cristal tomaron una gran importancia en el desarrollo de la Nueva Civilización.
En los primeros siglos de la longeva Edad de la Repoblación, muchos nuevos Núcleos fueron construidos partiendo desde Ezeia y Oderia, las Puertas que daban al Estrecho de Debares, como denominaron a la región marítima en que estaba Dibarusa en honor al legendario arquitecto. Esos asentamientos aéreos abarcaron la práctica totalidad del reino de Feleras al oeste, y parte del inmenso continente de Melvan al este, territorios que desde entonces denominaron Región Occidental y Región Oriental, respectivamente.
Llegados a tal punto de expansión, las comunicaciones entre las grandes Regiones, separadas por el Estrecho de Debares, eran en exceso complicadas. Ello llevó a crear una administración independiente para las tierras occidentales y orientales, trasladándose por tanto gran parte de las labores políticas y administrativas de Dibarusa a los lugares más relevantes de cada Región: el asentamiento de Ciudad Feleras en Occidente, el único que comunicaba directamente con Oderia y del cual partían varios Núcleos más, y Ciudad Melvan en Oriente, que hacía lo propio con Ezeia. Estos dos asentamientos se convirtieron en las dos grandes capitales de la Nueva Civilización.
No obstante, la ciudad de Dibarusa, conocida desde entonces como la anciana capital, conservó aún una gran importancia internacional: ejercía de nexo y centro neurálgico del mundo conocido. Allí se hallaban los organismos internacionales más relevantes del mundo conocido, en especial el Comité Central, donde se promovían las decisiones que debían afectar a todos los territorios abarcados por el hombre..
La céntrica región del mundo conocido, que abarcaba desde Dibarusa hasta las capitales oriental y occidental, pasando por los asentimientos de Ezeia y Oderia, fue desde entonces conocido como el Triángulo de Poder. Desde allí, el nuevo mundo humano era controlado y administrado.
Siguiendo las enseñanzas del arquitecto Debares, cada nuevo Núcleo que creaban, cada nuevo asentamiento, debía estar siempre ubicado en un punto estratégico desde el cual era posible alcanzar en un corto periodo de tiempo diversos Altos de montaña. Una vez los Altos fueran seguros y estuviesen preparados para su explotación, y finalizada la construcción de las vías colgantes entre estos y el Núcleo más próximo, surgían más movimientos de población provenientes de los asentamientos cercanos para habitar estas nuevas tierras llenas de oportunidades, y el gran almacén aéreo, el Núcleo, pasaba a convertirse en un nuevo asentamiento. Después, cuando la vida en el asentamiento se hubiera formalizado, comenzaban a surgir los nuevos proyectos de expansión hacia tierras más lejanas, si era viable. De esta manera desarrollaron la paulatina labor de repoblar el planeta.
La expansión parecía que nunca fuera a cesar. Sin embargo, muchos siglos después, el mundo humano había crecido de manera tan espectacular que no encontraban más vías factibles de expansión, y el afán por extenderse pasó a un plano secundario en el avance de la Nueva Civilización. El desarrollo económico, social y cultural de los asentamientos y Altos concebidos se convirtió entonces en la preocupación primordial del hombre. Comenzó así una nueva era, a mediados del siglo XVIII, conocida todavía como la Edad Actual.
En el momento en que nos encontramos al inicio de esta historia, han transcurridos mil ochocientos setenta años desde aquella Gran Catástrofe que sumió al ser humano y al Planeta en un cambio tan grande, tan drástico, que es irreconocible. En esta época, el equilibrio que ha existido desde siempre en la Nueva Civilización penderá de un hilo por primera vez, y el novato Soldado de Fe Cástor Valea se verá envuelto en una gran aventura que le llevará a conocer los más profundos y oscuros secretos sobre su mundo y su especie.