Durante el exterminio del ser humano en la Gran Catástrofe, al final de la Edad Vetusta, el mundo entero fue tomado por una niebla cristalina, proveniente del corazón del Planeta: el Mar de Cristal. Esta extraña sustancia que envuelve las tierras de La Hondonada alberga en su seno a unas letales bestias conocidas como los seimos, el azote de la Civilización Vetusta.
Los seimos son considerados los protectores de la Raíz, el alma del Planeta, debido a que aparecieron en un momento en que los humanos amenazaban todo rastro de vida y los eliminaron para permitir al mundo regenerarse. Después de esto, tomaron todas las tierras y las hicieron su hogar, salvo el pequeño archipiélago de las Islas Dalerias, la nación de Dibarusa, donde dio comienzo un nuevo capítulo en la historia del hombre: la Nueva Civilización.
Temerosos de tomar contacto con las hostiles bestias que moraban los campos, los escasos supervivientes del cataclismo forjaron su Civilización en el cielo, en ciudades construidas artificialmente sobre enormes pilares donde no alcanzaba la niebla celeste, y por ende los seimos que amenazaban con su mera presencia. A la peligrosa tierra de las profundidades la llamaron entonces La Hondonada.
Durante la longeva Edad de los Exploradores, muchos jóvenes se embarcaron en viajes a lo desconocido e hicieron frente a los peligros que acechaban más allá de Dibarusa. Poco a poco, el contacto de los humanos con los seimos se hizo intenso, y realizaron estudios que explicaban sus comportamientos, analizaron las diferencias entre ellos, y detallaron los métodos adecuados para protegerse en el caso de que el uso del fuego, que por regla general los espantaba, no fuera una medida de protección suficiente.
Los humanos de aquella edad deseaban conocer mejor a su eterno enemigo, a pesar de la prohibición severa que versaba sobre su exterminio; al pertenecer al Planeta, y ser sus más queridos vástagos, las leyes obligaban a respetarlos para no desatar de nuevo la ira del gran ente, y ocasionar un segundo cataclismo. Y poco a poco, aprendieron a conocer sus hábitos y costumbres, y los dividieron en grandes grupos para encasillarlos. Aunque cada tipo albergaba a un número muy amplio y variado de bestias, contaban con muchas similitudes.
Existen cuatro grandes tipos de seimos reconocidos:
–Los Temerarios: los más comunes y menos letales, cuya debilidad y agresividad destacan entre el resto. Aunque no suponen una gran amenaza para el hombre por su escasa fuerza y moderado tamaño, no mucho mayor que el de un humano, al atacar en grupo suponen un problema serio. Sobre todo si con sus penetrantes chillidos llaman la atención de bestias más temibles.
-Los Diligentes: Aunque comparten un parecido físico con los Temerarios, son algo más grandes y duros de abatir, y no tan valientes e impulsivos como aquellos. Destacan por su gran velocidad de movimiento. A pesar de no ser comunes en el mundo conocido, existen indicios de que en el lejano norte, más allá de las montañas brumosas, son la especie más numerosa.
-Los Soberanos: Son los seimos más temidos por los hijos de Dibarusa. Enormes y letales, su presencia acongoja al corazón más veterano. El gran poder y tamaño de que adolecen, además de sus elevadas cotas de agresividad, comparables a la de los Temerarios, los convierten en los enemigos más temibles, y no son comunes los humanos que han sobrevivido a un combate directo a solas contra uno. Es una sana costumbre entre los Soldados de Fe evitar acercarse un mínimo a las zonas donde habitan.
-Los Ególatras: Aunque temidos y peligrosos, los Soberanos no son los seimos conocidos más letales e implacables que existen, sino los Ególatras. Pero, al contrario que aquellos, su número es muy escaso en las tierras de la Civilización. Son las criaturas más poderosas que el ser humano conoce, cuyo tamaño es además similar al de los Soberanos más corpulentos. Con una tez presuntuosa y altiva, razón de su calificativo, los Ególatras destacan, no obstante, por una parsimonia y una serenidad inusuales: si no se les perturba, es poco común que supongan una amenaza real. De mostrarse agresivos, eso sí, las posibilidades de supervivencia son ínfimas.
Conocer a los moradores de La Hondonada ha servido al ser humano para abrirse paso a través de las neblinosas regiones que cubren el mundo. Con el fin de extender la región civilizada más allá de los terrenos conocidos por las sociedades póstumas a la Gran Catástrofe, estas incursiones a lo desconocido las realizan los Soldados de Fe de forma exclusiva, los únicos con permiso para penetrar en La Hondonada. Sin embargo, existen ciertas personas que son capaces de sobrevivir solos en el seno de los campos neblinosos, a los que se conocen como tardígrados. De extraordinaria resistencia y adaptabilidad al entorno, el número de casos conocidos de tardígrados es tan escaso en toda la Historia de la Nueva Civilización, que se consideran solo una leyenda. La leyenda de los humanos más excepcionales y poderosos que han existido jamás.