Cuando el joven soldado Cástor Valea supo que su muerte estaba próxima, se arrepintió de su existencia insignificante. Nunca hasta entonces fue consciente de que no había logrado nada como para sentirse orgulloso. Pero ¿cómo podría haber cambiado las cosas? ¿De qué manera habría sido diferente?
Poco después de nacer, comenzó la desdicha de Cástor cuando su madre, Gara, murió por una enfermedad que contrajo al parir. Ese hecho que causó un profundo caos familiar, y su padre, Lérwiz Valea, hizo todo cuanto pudo para dar a Cástor y a su hermano mayor, Lereth, una educación decente y una infancia agradable en Villa Versala. Sin embargo, su trabajo como Soldado de Fe le obligaba a pasar grandes temporadas en las afueras de la Civilización, y por ello sus abuelos cuidaron de ellos en múltiples ocasiones. En una de las incursiones a los terrenos desconocidos por el hombre, nueve años después de nacer Cástor, Lérwiz sufrió un accidente que le llevó al otro mundo. Un trágico suceso que dejó a sus vástagos huérfanos.
Tras este evento, los hermanos Valea se mudaron a la capital de la Región Oriental, el enorme asentamiento aéreo de Ciudad Melvan, donde vivieron en la casa de sus abuelos hasta que se independizaron, muchos años después. La vida allí transcurrió tranquila, quizá demasiado en el caso de Cástor, que, debido a su incapacidad para socializar y a su constante ensimismamiento, pasó la mayor parte del tiempo solo y con la mente en mundos fantásticos y tiempos remotos. Apasionado de lo olvidado y lo desconocido, permaneció en Ciudad Melvan hasta terminar sus estudios de Historia General del Planeta.
De espíritu ambicioso e inconformista, tras los largos y solitarios años que pasó en la universidad, Cástor comprendió que detestaba la idea de dedicar su vida a leer libros y desarrollar teorías sin fundamento práctico. Consideró que la mejor forma de descubrir información sobre su mundo y su historia, era visitando los vestigios de la remota Edad Vetusta. Sin embargo, solo los Soldados de Fe tenían permitido llevar a cabo tales riesgos, y por eso, al finalizar la carrera, acompañó a Lereth, que había decidido seguir los pasos de su padre, en sus aventuras por La Hondonada. Confiaba ver algún día los hermosos emplazamientos del mundo antiguo, y quizás, con suerte, dar con nuevos descubrimientos que supusieran una revolución para la sociedad. Tal era su aspiración en la vida. Tal era su ambición por destacar.
Su entrenamiento tuvo lugar en el Templo de Fe cercano a su poblado natal, donde nadie confiaba en que llegara muy lejos. Su apariencia endeble y menuda otorgaba desconfianza, y hasta Lereth dudaba si había hecho bien en seguir sus pasos y los de su padre, aunque nunca se lo dijo. Nunca destacó en el manejo de la lanza y el arco, pero su perseverancia le llevó a superar las pruebas.
Como miembro del cuerpo de Fe, esperaba conseguir sentirse por fin realizado, orgulloso de sus logros. Nada más lejos: tras varias incursiones a las tierras de las profundidades, descubrió que tampoco era aquello lo que buscaba. En los derruidos vestigios de los tiempos ancestrales nada había que pudiera sacar en claro, y ninguno de sus compañeros compartía su pasión por imaginar cómo sería ese entorno en los gloriosos tiempos de la Edad Vetusta. Ni siquiera su hermano, a quien contaba todo cuanto pasaba por su cabeza y en quién más confiaba, sentía que fuera parecido a él. Quizás fuera ese el principal motivo por el que nunca había tenido amigos de confianza: se sentía especial y diferente. Probablemente demasiado.
Siempre con la idea de destacar, de hacer algo grandioso, la vida de Cástor giró en torno a avanzar dando tumbos y buscando algo que por fin le satisficiera. Era por eso, quizás, que cuando vislumbró su inminente final en Bandelach, lejos de todo cuanto era importante para él, se sintió vacío por dentro, y no le importó morir a pesar de tener solo veintitrés años. Siempre había aspirado a mucho, pero nunca había conseguido nada. Comprendió entonces que era un ser insignificante; que no era más importante que las criaturas de la niebla que deambulaban a su alrededor y lo destruían todo a su paso. Y que mucho tenía que haber cambiado su personalidad para que no terminara siendo así, aunque desconocía cómo.
Sobrevivir a aquel terrible incidente, sin embargo, le tomó por sorpresa. Más aún cuando su salvación vino acompañada de un nuevo objetivo en la vida, extraño pero emocionante. ¿Llegaría por fin a encontrar aquello que le hiciera sentir vivo, realizado y orgulloso de su ser?
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